Según la autora recalca en sus charlas y entrevistas, la inspiración que sostiene la escritura de la última novela de Mariana Enríquez tiene que ver con el ambicioso proyecto de recontextualizar la tradición gótica anglosajona por tierras ajenas (el Nordeste argentino), provocando características tensiones entre texto y contexto, jugando con elementos antropológicos y folklóricos locales y también con el historial macabramente específico del terror colonial y dictatorial –tantos huesos sin descanso mal sepultados en la distancia alucinante y baldía de la selva guaraní– para dinamizar y problematizar las bases poéticas y políticas del código importado. Pero lo que realmente convierte Nuestra parte de noche en el último coherente eslabón de la gloriosa cadena de la transculturación novelesca latinoamericana es el papel simbólico que, como en ese otro monumento tardío a la búsqueda del sentido de lo local por los anodinos parajes del orden global que es 2666 de Roberto Bolaño, se le brinda a América Latina, a ese lugar periférico de la cultura que, desde el dato a estas alturas irrefutable de su integración enfermiza dentro de un entramado global cada vez más tentacular, gestiona, distorsiona y sabotea los imperiosos mensajes del sistema habitándolo transgresivamente y revelando sus implícitos siniestros. En este sentido, Juan, criatura en más de un sentido fronteriza –el marginal explotado convertido en ‘operador’, mediador chamánico de las fuerzas malignas que pretenden controlarlo– y su hijo Gaspar, llamado a desglosar el ‘libro’ de su herencia condenada, asumen el semblante de personajes prototípicamente latinoamericanos.

El sello del (2)666: orden global y revenants periféricos en Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez

Bizzarri
2022

Abstract

Según la autora recalca en sus charlas y entrevistas, la inspiración que sostiene la escritura de la última novela de Mariana Enríquez tiene que ver con el ambicioso proyecto de recontextualizar la tradición gótica anglosajona por tierras ajenas (el Nordeste argentino), provocando características tensiones entre texto y contexto, jugando con elementos antropológicos y folklóricos locales y también con el historial macabramente específico del terror colonial y dictatorial –tantos huesos sin descanso mal sepultados en la distancia alucinante y baldía de la selva guaraní– para dinamizar y problematizar las bases poéticas y políticas del código importado. Pero lo que realmente convierte Nuestra parte de noche en el último coherente eslabón de la gloriosa cadena de la transculturación novelesca latinoamericana es el papel simbólico que, como en ese otro monumento tardío a la búsqueda del sentido de lo local por los anodinos parajes del orden global que es 2666 de Roberto Bolaño, se le brinda a América Latina, a ese lugar periférico de la cultura que, desde el dato a estas alturas irrefutable de su integración enfermiza dentro de un entramado global cada vez más tentacular, gestiona, distorsiona y sabotea los imperiosos mensajes del sistema habitándolo transgresivamente y revelando sus implícitos siniestros. En este sentido, Juan, criatura en más de un sentido fronteriza –el marginal explotado convertido en ‘operador’, mediador chamánico de las fuerzas malignas que pretenden controlarlo– y su hijo Gaspar, llamado a desglosar el ‘libro’ de su herencia condenada, asumen el semblante de personajes prototípicamente latinoamericanos.
2022
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